jueves, 22 de agosto de 2013

El Retorno del 2,6. La Poesía Contraataca.


Recuerdo la primera vez que suspendí una asignatura
por querer volver a repetirla,
y porque todas las demás eran tortuosamente aburridas.

        Solo en ésa encontré tu nombre
              -aunque por aquel entonces yo tuviera seis años menos
               y ningún sueño en propiedad.


El primer recuerdo que tengo sobre Poesía
fue en clase de Lengua y Literatura
y trata sobre un orgasmo
camuflado entre versos y metáforas
que hablaban de valles y cataratas;
en el examen teníamos que analizar su significado
y sinceramente,
no me extraña aquel 2,6 como nota final
después releer mi comentario de texto:

“Yo creo que Aleixandre era un poco cobarde
fíjese bien,
para qué tanto paripé si el sexo es sucio
se escriba por donde se escriba
y él solo intenta ponerle palabras bonitas
al hecho de que se corría en sueños
y en lugar de limpiarse con clínex
lo hiciera en forma de rima asonante.

Por cierto,
8- 8a (7+1)- 8a,
creo.


El profesor me citó en su despacho
y me obligó a llevarles una copia del examen a mis padres.

Menudo cabrón,
como si él tuviese la más mínima idea de qué trataba aquel poema.
Como si cualquier poema tuviera un solo significado.

Después de aquello
odié la poesía durante años,
y ni siquiera cuando conocí a Pablo,
-aquel chico tímido de ojos rasgados-,
se me pasó por la cabeza la idea de escribir.

Con Pablo, de hecho, ni siquiera llegué a entender
aquel 2,6 de mi nota final;
aquello lo entendí cuando llegaste tú
y en lugar de limpiar el sexo con clínex
lo limpié con un papel
en el que escribí tu nombre.

Y lo entendí porque si aquellos versos
los hubiesen tenido que analizar
alumnos de 1º de Bachiller,
un 2,6 sería una nota de putísima madre
teniendo en cuenta
que dudo mucho,
que alguien se acerque al 1 sobre diez
si pretendiese entender lo que escribo
cuando escribo sobre ti.

Eso solo lo entendemos


y

yo.

Lo demás, son aproximaciones.



PD:

ojalá caigas en este blog algún día,
-querido Don Miguel Ángel B. Hernández-
mires mi contador de visitas
y recuerdes aquel 2,6 de mi nota final
y aquella frase con la que acabaste nuestra cita en tu despacho:

“No todos han nacido para entender la poesía,
está claro, al menos, que tú no.”


Cómete ésta, cabrón.

viernes, 16 de agosto de 2013

La culpa la tiene Bon Iver.


Tengo mis paredes llenas
de frases que no son tuyas
pero todas hablan de ti.

Tengo en la boca un bostezo
para que te cueles
y sigas las indicaciones
a mi corazón
-que es tu corazón-
y te quedes a dormir
y  te invites a soñar.

Tengo a Bon Iver de fondo
hablando de alguien,
y aunque no lo admita
yo sé que habla de ti;
de cómo se mueven tus tobillos
al salir de la ducha
de cómo baila tu pelo
con el falso viento del verano,
de cómo te quiero por encima
de cualquier cama, animal o cosa.

Y es que contigo
no he conseguido terminar un solo poema
porque desde que llegaste
no has hecho más que llevarte todos los finales,
como si temieses que uno tiene tu nombre
cuando lo que no sabes
es que podría terminar cualquier poema
si fueras el medio para llegar al amor
y no el fin en sí mismo
de amarte sin finales.

Eres quien le quita el miedo al monstruo de debajo de mi alma,
eres el punto que le sigue a la cama,
el guión de mi película favorita
en la que te duermes antes de los veinte minutos,
la exclamación que hubieses visto en mis ojos cuando me viste por primera vez
si por aquel entonces me hubiese desdudado como ahora lo hago.

        ...aunque al final lo hiciera.

Eres de todo
menos nada.

Eres mi mejor sueño
cuando duermes sobre mi almohada.


Por eso sé,
que aunque te quiera
y te encante leer
y tú me quieras 
y a mí me encante escribir,
jamás podré escribirte
y terminar  
el poem(....)



sábado, 10 de agosto de 2013

Quien lo descubra, gana.


Estoy a dos llamadas perdidas de encontrar el teléfono y tirarlo por la ventana. O quizás llamarme y dejarlo conmigo, no sé. Siempre me han gustado las películas en blanco y negro cuando carezco de motivos para enfadarme con el mundo. A mi mesita de noche le hace falta tomar el sol y tengo una baraja de cartas marcadas con la única que decidí no hechar en el buzón por faltas de ortografía. Últimamente solo llega propaganda y me parece la excusa perfecta para cometer un atentado contra los carteros: la próxima vez que se te ocurra colar un papel bajo mi puerta, que sea para fumar, por favor.

Las chicas nos pintamos los ojos por no pintarnos monos en la cara, créeme, el propósito es el mismo. La única diferencia es que lo primero lo venden en tiendas de cosmética y para lo segundo necesitas una orden que certifique tu cuerdalidad. O me atas o te mato, gritó la cuerda a la horca, a fin de cuentas estás en números rojos y a ti el único color que te sienta bien es el azul. Reconócelo, el cielo estaría acojonado de ser consciente de su propia altura. Imagínate la hostia.

Hoy el día pinta verde y mis pulmones echan de menos ahogarse con el humo de su propia fábrica de chocolate. Oye, Jack, pásame otra tableta, que tengo mono de subirme a un árbol y espiar a las parejas que pasean por el parque. El Retiro hace estragos en mi garganta cuando quiero gritar tu nombre y se atraganta mi voz. Cuánto abarcas para tan poco puerto. Yo también sé escribir sin sentir tenido y no me parece una mala idea para esta tarde de domingo con calcetines de sábado. Estudiar me pone cariñosa y la única compañía que ha querido estar conmigo esta mañana ha sido Vodafone. Menudos cabrones esos también. Yo les he dado conversación y resulta que la única oferta de la que carecen es la de dar compañía, precisamente.

Qué más da todo, ¿no? Ponerle nombre a los días es la táctica más patética creada por el ser humano para esperar con ansias un día que nunca es hoy. Y así nos va. Queriendo siempre lo que no podemos y teniendo siempre ganas de tener más. A veces me gustaría ser uno de esos gatos de interior que los humanos acarician con cara de idiotas por el absurdo hecho de pesar cinco kilos más de lo que su salud le permite. Qué vida la de esos malditos cabrones –pienso yo, todo el día comiendo, jugando y escupiendo los pelos que le faltan a mi lengua cuando se trata de esculpir verdades. Como templos, el de Debod.

Otras veces, simplemente, me gustaría ser cualquier otra persona para leer cosas como ésta e imaginar la vida de quien hay detrás del teclado después de descubrir que llevas cuatro párrafos y medio leyendo y aún no le has encontrado sentido a este texto.  

Y no me extraña.



Quien lo descubra, gana.

viernes, 9 de agosto de 2013

No me das pena, Dolor.


Hoy me he encontrado con el Dolor en el metro
y sinceramente,
tenía mejor aspecto cuando estaba conmigo.


No quiero que pienses que te he olvidado,
que aún recuerdo las noches a tu lado,
las largas madrugadas de insomnio y
la estrecha relación que me hiciste tener
con la poesía.

Contigo todos los poemas tenían sentido,
las canciones tristes, los días grises,
las tardes de domingo a solas en mi habitación.

Recuerdo la primera vez que te miré a los ojos
       -porque fue la misma en que me dijiste que te quedarías en mi vida para siempre,
       porque por aquel entonces tenía en la cara la palabra cobarde
      y porque a ti siempre te han gustado las chicas tristes con miedo a seguir de frente-

Recuerdo perfectamente cómo te arreglabas para mí cada noche,
siempre vestido de lágrimas sin razones y nudos por corbata,
siempre dispuesto a llevarme a cenar a ese restaurante 
en donde la especialidad era ver pasar la vida 
          
         sin posibilidad de vivirla.


Cuando pienso en nuestra historia,
me atrevería a decir, que como suicidio,
fuiste el mejor amante:

-yo inventaba nuevas formas de sufrir
y tú aplaudías cuando lo conseguía.

Lo dicho, la pareja perfecta.


Recuerdo tu cara aquel 28 de Enero,
tus ojos, tu olor, aquella nueva forma de mirarme.
Yo no lo sabía, claro, pero aquel día puse fin a nuestra relación
y tú te diste cuenta a primera sonrisa.

El día que te fuiste de mi casa
nunca sabré señalarlo en el calendario:
de repente, tus cosas ya no estaban,
faltaban dos maletas en el armario
y te habías llevado mi recopilatorio de Rafa Pons.

Siempre supuse que para ti,
que te fue tan fácil colarte en mi vida,
te hubiese sido igual de sencillo irte sin hacer ruido,
y por eso mismo suponía
que si te volvía a ver,
sería como recién salido de la imprenta,
duchado y con las páginas perfectamente encuadradas,
y no hecho polvo, arrugado y sin carátula,
pidiendo en el metro para poder vivir un día más.


No me das pena, Dolor,
más pena (me) daba yo.


Por eso he seguido en mi asiento dirección Moncloa;
no es que te guarde rencor, es que aunque te cueste creerlo
aprendí la lección:

Caminar por la vida con miedo a sufrir
es la mejor manera de sufrir por el camino y olvidarnos de la vida.

viernes, 2 de agosto de 2013

En el cielo no hay cobertura.


Llevo un rato mirando la hoja en blanco
y definitivamente,
no sé si escribirte en verso, en prosa,
o plantarme en la puerta de tu casa y darte un beso.


¿Vosotros bien? ¿El verano bien?

Yo me paso el día bañándome en su playa,
embobándome con su mirada hasta el punto de parecer idiota,
quedándome dormida a las cuatro de la madrugada
con tal de observar cómo sueñan mis sueños
cuando se duermen sobre mi pecho.

Os sorprendería la de veces que le pregunto al día
de dónde coño ha salido una piel tan suave,
de dónde saca la fuerza para no hacerse el amor a todas horas
que en qué demonios piensa cuando se mira al espejo,
¿acaso sería extraño que la Belleza se viese bella?

Yo creo que si la Belleza le viese cuando se arregla en el espejo

se le caería la baba, las bragas, y el sujetador al sueño.

Y luego me vendréis diciendo que dónde me meto,
que estoy desaparecida,
y ya os lo dije un día:

                en el cielo no hay cobertura.


Y yo este verano
me he venido de camping
al mar de sus ojos,
a primera línea de su boca.



Disculpad las molestias, cerrada hasta nuevo abismo

por poemas personales que algún día verán la luz.