jueves, 29 de mayo de 2014

El día que supe que tenía mariposas fue el día en que murieron todas.


Nunca he visto una herida sangrar sin que alguien antes haya intentado abrirla ni he visto nunca a nadie pedir auxilio cuando realmente quiere morir.

Tengo en el corazón una brecha preciosa que divide lo que soy en un caos entre lo que tengo y siempre quise, y lo que temo perder por tenerlo aquí.

Una mitad me repite que me coja, que me agarre fuerte. La otra, me explica el porqué;

No te sueltes –repite, la hostia va a ser fuerte.

Volver al precipicio desde donde una vez salté no fue buena idea, pero venció la curiosidad de verme ahí tirada y ver cómo te alejabas fue el empujón perfecto. El vértigo sólo se cura una vez llegas al suelo y créeme, hecho añicos, poco importan ya las alturas que no lleven tu nombre.

Me lo he pasado genial esta noche, yo también hubiese muerto por ti.

No creo en las segundas oportunidades así como no creo en la vida después de la muerte, una vez hecho el corte, es imposible disimular la cicatriz. Lo escribe alguien que lleva ocultando la suya demasiado tiempo.

Si me dejas sola en esto, ya habremos sido dos. Yo lo hice hace mucho tiempo y lo volvería a hacer si me cruzase por la calle.

El monstruo que vive debajo de mi pecho me está consumiendo, a falta de galletas se está comiendo el corazón.

Sálvate tú, a mí ya no me queda tiempo y me faltan ganas.


Fue precioso morir 
                       por morir a tu lado.



Mónica Gae.