Voy a sincerarme conmigo misma, ojalá
nunca leas esto.
Te mentí. Muchas veces, la mayoría
mirándote a la cara. Te mentí al conocerte pensando que era la
única manera de quererte, quizás de que me quisieras tú. Te
creíste mis mentiras porque una sonrisa es un disfraz y los ojos un
espejo en donde hay una claqueta anunciando el fin.
3, 2, 1....
No te
quise nunca, pondría la mano en el fuego y sé que sentiría frío.
Jamás me quisiste tú a mí, me metería en un bosque en llamas y saldría ilesa
al jurar esto. Voy a empezar la siguiente frase con lo que nunca
fuiste: Mi amor, nadie ha ocupado aún tu lugar porque nunca
tuviste uno. Ojalá te sirva de algo saber que el dolor de tu muerte
no llegó al quinto día. Ojalá te sirva de algo saber que el sexto
alguien hizo de mi estómago un circuito de alta velocidad y apenas
tardé dos segundos en dejar de sonreír: a ella nunca he querido
mentirle. Empecé esta vez por el final porque la última página
de un buen libro siempre te deja la boca abierta y era justo por ahí
por donde quería que entrara.
“No voy a quererte nunca, pero deberías probar a qué sabe una chica que ha nacido por
segunda vez y aún no le tiene miedo a la muerte.”
Al parecer cuando dices esa frase, luego te besan.
Lo bueno de que te aplasten el corazón
es darte cuenta de que tienes uno. Qué pena diría que me das cada
vez que recuerdo el eco de tu pecho. Los dos primeros días los pasé
en el suelo, las náuseas se pasaron el tercero, el peor fue el
cuarto y aún veo gusanos en tu cara cuando miro por error una
fotografía nuestra. Todo eso diría en un juicio y el polígrafo
apenas temblaría. Qué mentira más mentira fuimos. Qué guapa te
diría que sigues siendo si me quisiera seguir mintiendo.
Me gustaría que supieras que tú también tienes
derecho a odiarme: nunca hubo ninguna mudanza. Sólo quería ver que me
estaba equivocando contigo. Sí, por supuesto que trescientos
kilómetros merecían la pena. Tenerla enfrente fue algo más que no
tenerte a ti enfrente, fue saber lo que quería a mi lado. Me cegó su azul y te mentí mirando el tuyo. Un año después de aquello
sus labios siguen teniendo el mismo sabor de la miel en donde ahora veo
crecer nuestro árbol. Esa frase nunca fue para ti y ya es hora de que lo sepas.
Mi amor, nunca lo fuiste.
Nunca te quise.
Apenas doliste.
No recuerdo las facciones de tu cara,
de tu voz sólo sé que me gusta más la suya, pero tu nuca sí la
recuerdo, siempre me gustó. Ahí no hay mentiras, es la zona cero. Ojalá seas
feliz, ojalá consigas ser algo para alguien.
Anoche soñé contigo y
estabas muerta y esto no es una metáfora ni un juego de palabras, es
sólo que anoche soñé contigo y han vuelto las náuseas de los tres
primeros días al pensar que a día de hoy puedas siquiera seguir
pensando que todo lo que te dije el segundo último día fuera causa
del dolor. No lo fue. Ya no dolías por aquel entonces. Ya no doliste más y sin dolor reitero las últimas verdades:
Fuimos un error. Nos cometimos.
Deliberadamente nos hicimos. Caímos en nosotras mismas, nunca
te quise. No te engañes, nunca fuimos. Con el corazón que ahora
tengo te pido perdón.
Te hubiese escrito antes, pero lo triste y cierto es que la vida sigue y siguió para ambas y no he tenido tiempo ni ganas de hacerlo, que es la forma más suave que se me ocurre de decirte que no me he acordado de ti hasta hoy.
Y por si aún los ves, dile a mis
fantasmas que no te persigan, que no se engañen, ellos tampoco
querrán nunca saber nada de ti.
Mónica Gae.