martes, 13 de septiembre de 2016

Nueve pitidos y un contestador.


Sé que no es fin de año, pero he acabado con el último de los propósitos de éste y me parece una excusa cojonuda para fingir ante todos que sé de lo que hablo. La vida. Apenas tengo un año de vida. Pero he aprendido más de lo que ninguna herida es capaz de enseñar a la piel. He sobrevivido a dos huracanes, me mudé porque la casa quedó destrozada después del último y en marzo ya contaba con seis cicatrices nuevas. No hablo de metáforas, es tan sencillo como ser torpe y querer andar y besar al mismo tiempo. A día de hoy suman catorce, ayer me las contó el cuchillo con el que hoy me gustaría dormir. Hace un año que nací y hace cuarenta y siete noches que no dormía sola. Te echo de menos.

Me agujereé la piel más delicada en enero y unas manos extrañas me escribieron algo que llevaré el resto de mi huida en abril. Supongo que un tatuaje es la manera absurda del ser humano de decirle a su pasado que ya nunca más podrá decir que conoce el cuerpo que tanto le diste a conocer. Apenas he cambiado y sin embargo ha cambiado todo. Es como caminar por la misma calle de siempre pero de repente, te atreves a hacerlo con los ojos abiertos.

Hace seis meses me rompieron el corazón y me gusta poder hablar de ti sabiendo que a ojos del mundo mi dolor siempre pertenecerá a otra persona porque el mundo está ciego y a ti pude verte sólo yo. Esa es mi suerte. Ese fue mi privilegio. No gritarte al mundo, hacernos en silencio para no dejar de hacernos nunca.

A veces te escribo, te escribo siempre que quiero saber quién soy. La mayor parte del tiempo te niego pero hace dos semanas y tres días lloré sin motivo y las lágrimas sabían a lo que siempre dije que nunca haría.

Olvidarte.

No lo he hecho, pero al parecer y según cuentan los que poco saben, se me da de puta madre hacer pensar lo contrario a quien alardea de saberlo todo.

No digo que te quiera porque no quiero mentirte, pero te quiero y te juro que es verdad.

Echo de menos la chica en que me convertía cuando te cogía de la mano. Echo de menos respirarte y oírte cantar.

He agotado mis propósitos de año nuevo y ni siquiera estamos en octubre. Quiero que llegue el invierno y que vuelvas a decirme que me parezco a todas las cosas bonitas de tu vida. También quiero que me perdones porque sobra la poesía para decir que a veces una es simplemente gilipollas y es sencillamente tan fácil como eso. Como admitirlo y agachar la certeza.

Te escribo cada vez que me acuerdo de ti, y ese es el total de la suma de todas las veces en que sé quién soy. No es que dejara de ser después de ti, es que contigo era más yo y tú eras siempre preciosamente tú.

Parece absurdo el resultado final.

Hace un año nací por segunda vez, hace seis meses lloré, hace siete te fuiste y supongo que todo lo que acabas de leer es sólo una excusa para decirte que ojalá hace veintisiete minutos me hubieses cogido el teléfono.

Justo hoy, de camino al trabajo, he vuelto a encontrarme conmigo.

En realidad no tenía nada que decir.

Sólo quería poder decirte toda esta nada a ti.