domingo, 24 de junio de 2012

Declaración de amor y drama.





Escribir sobre ti me resulta tan complicado… ¿cómo podría describir a la mismísima perfección sin insultar con corrientes adjetivos el sabor que tiene besarte en mitad de la noche?

¿Cómo podría explicarte, que la realidad en tus ojos me refleja, y me asusta, y me acojonas cada vez que creo ver que realmente es a mí a quien miras y no a una imagen estereotipada de un personaje ficticio?

Déjame esta noche ser algo más allá de toda fantasía.. déjate tocar por mis manos con la delicadeza de estar rozando mi más ansiado sueño. Tú no eres ningún personaje, tú eres simplemente…. todo lo que mi corazón ha buscado desde el mismo instante en que bombeó la primera ráfaga de sangre a todo mi cuerpo.

Porque cada uno de mis textos te los he escrito a ti sin haberte conocido, y sin embargo, hoy tiene nombre y apellidos. Tiene los ojos más intensos que jamás he mirado, tiene la piel más suave que han tocado mis dedos. Tiene el cuerpo y las medidas perfectas para hacerme perder el Norte, el Sur, y cualquiera de mis puntos cardinales. Tiene las manos culpables de que me retuerza cada anochecer, tiene la boca con el nombre del pecado que cometería cada segundo de mi vida.

Yo no te he idealizado, te he encontrado. Y créeme cuando te digo que te veo tal y como eres, tú no eres parte de mi imaginación ni de mis miedos, tú no eres parte de un libro romántico que leer antes de caer rendida ante el silencio de la noche.

Tú no eres veneno.. eres una droga deliciosa por la que morir de sobredosis. Eres la conjunción que une el Invierno y la Primavera. Eres la oración subordinada que subordina cada frase de este texto.

Porque escribir mirándote no tiene precio y sin embargo, pagaría lo que fuera por retenerte en este instante. Y es que la cama aun huele a ti y has dejado la habitación llena del sabor de tu piel. Y yo, que pronto tendré que marcharme y alejarme de ti cientos de kilómetros no puedo parar de pensar en lo extraño de no estar asustada por esto. Quiero gritarle al mundo entero que te tengo, que te he encontrado y que haré hasta lo imposible para conseguir que tú no quieras marcharte nunca. Puedo mover la Luna si me lo pides, puedo juntar continentes si me lo ordenan tus manos.. Puedo ser lo que quieras que sea pero sobre todo, quiero ser el amor de tu vida el resto de nuestras vidas.

Quiero susurrarte en la cama que nunca me rendiré ni me cansaré cuando todo vaya mal. Quiero casarme contigo un millón de veces en la playa y quiero que los anillos sean arañazos en la espalda. Quiero enamorarme en todos los rincones del mundo, empezando por el tópico Paris haciéndote el amor frente a la Torre Eiffel. Quiero perderme contigo en Nueva Zelanda, recorrer Australia, visitar Canadá, Croacia, Atenas y Luxemburgo. Quiero llevarte hasta Marte y allí enseñarte todas y cada una de las constelaciones que yo veo sobre tu espalda.

 Quiero empaparme de tu cuerpo en cada lago con tu piel desnuda.

Seré todo lo que me pidas que sea, soy tuya y puedes hacer conmigo lo que quieras.

Morir tendría tanto sentido ahora que he alcanzado el cielo.. Suena irónico pensar esto y sentir al mismo tiempo la impotencia de no poder compartir contigo más de una vida.

Por eso, de momento, déjame regalarte la mía.


Desde hoy y para siempre,


Tuya eternamente.


Mónica Gae.

jueves, 14 de junio de 2012

Caricias fuera de la carta.

Con cascos, mejor :)


Estoy perdida. Perdida y sin saber a dónde ir. 
Supongo que por eso te busco, Diciembre, ya ni siquiera sé si te conozco. Deberías verme ahora mismo, estoy tirada en la playa y son casi las cinco y media de la madrugada, tengo un nombre entre mis manos que no me atrevo a pronunciar y el corazón envuelto en lo que parece un trapo de astillas. 
Es como una bala que ha perdido el rumbo, y me alcanza cada vez que creo saber quien soy. Saber quien eres. Son casi las cinco y media de la madrugada de lo que parece ser la noche más larga de mi vida,

y esto empieza a superarme. 
La canción que tocabas al levantarte mientras yo preparaba el café no suena igual sin tus dedos. Sin la forma que tenían de acariciar la guitarra mientras yo intentaba hacerte reír. Esto parece ser la noche más larga de mi vida pero…
mañana fingiré tener valor. 
Y mientras el humo de la última calada se cuela por mis pulmones, han consumido como este cigarrillo, las ganas de encontrarte. Necesito gritar, gritar a todo, a nada. A todos y a nadie. A mi misma. El frío del invierno ha conseguido estancarse en todos sus sueños, por mucho que digan que ya es primavera. 
Ya no pienso, ni siento, ni lloro. Las últimas migajas de fuerza las necesito para sobrevivir, sin saber si quiera quién eres. 
No te imaginas cuánto cuesta engañarse a veces. 
Y cómo avanzar, si cada paso es un nuevo obstáculo que no quiero vencer. Si pensar en esto es sumergirme en infinitas preguntas que no puedo responder. Ojalá no te hubieses ido, ojlaá tan sólo hubiésemos terminado, todo hubiese sido mucho más fácil. Pero el despertador siguió despierto mientras yo estaba soñando e hizo su trabajo a la perfección. Supo cómo hacerte desaparecer sin dejar una sola prueba, una sola pista.

Pero supongo que ya es hora de despertarse, y aceptarlo debería ser el primer paso. Olvidarte sin haberte conocido nunca estuvo entre mis planes, pero ahora, paralizada ante el inminente regreso del verano, mentiría si dijera que no te echo de menos. Recordar tus consejos nunca fue tan complicado, nunca, como cuando no quiero escucharlos. 
Respóndeme a esto, seas quien seas, ¿qué se supone que me queda si he olvidado por completo a la persona que solía ser? Un mar repleto de dudas entre castillos de arena en donde guardo mis miedos. Y es que tumbada bajo mis sábanas todo ha sido siempre menos complicado, junto a ti, sería demasiado fácil. Por eso quizás, he inventado la necesidad de necesitarte, contigo como objeto de todas mis noches dejo a un lado todo lo demás. Todo lo importante. Lo que realmente debería apreciar. 
Si te doy un beso y tú apartas la mirada, y con sólo una caricia fuera de la carta, pides la cuenta y te vas. Es la más dolorosa de todas las jugadas: saber que apuestas mi sonrisa a una mano robada.

Si.. Pensar que tú eres el mayor de mis problemas o la mejor adicción que acabará conmigo es el camino fácil que desde hace ya demasiadas noches, recorro sola. Una travesía cuesta abajo, el reto de llegar con vida al otro lado, sin volante, ni frenos. Sin tus manos. 
Porque buscarte a ti, tengas el nombre que tengas, es la mejor escusa para no encontrarme a mi. Y verme, con los ojos cerrados y frente al espejo, en lo que nunca hubiese deseado convertirme. Alguien sin voz y con el único deseo de gritar a todo, a nada. 

A todos, y a nadie.

A ti, y a mi.

(Dondequieraqueestés)

Mónica Gae.

martes, 12 de junio de 2012

Mi amuleto contra el miedo, tus ojos contra mi.


Anoche casi muero de miedo, y de ganas. Sobre todo de ganas, tienes que saberlo.

Debían de ser las cuatro de la madrugada y yo estaba en el salón leyendo mi último capricho de páginas desgastadas. Empezó a soplar el viento y a él, se unieron unos cuantos sonidos de portazos y ventanas. También un apagón de luz. De repente, en el piso de arriba, comenzó a sonar un despertador. Yo, que normalmente me escondo bajo las sábanas hasta que pasa la tormenta, caí en la cuenta de que nadie vendría a ayudarme, a calmarme y decirme lo idiotamente cobardica que puedo llegar a ser. Así que cogí aire, valor, y busqué una linterna.

Mientras subía las escaleras agarrada a mi propio pecho pensaba en la inmensa cantidad de criaturas que podrían haber en aquella habitación oscura, y entonces, lo comprendí. Comprendí que ya no me asustan tanto los ruidos extraños que hace la noche, que el frío puede quemar una piel desnuda y que tu nombre es la solución a todos mis miedos.

Subía las escaleras, temblaba, y pensaba en ti. En cómo sería tocar tus manos, en qué me convertiría si pudiese alcanzar tus labios y en cómo sería decirte que me tienes completamente loca y que no sé qué has hecho para conseguir eso.  Y mientras pensaba esto, dejaban de existir los monstruos, las películas de miedo y las muchas otras que mi cabeza había creado. Porque estabas tú, aunque no estuvieras, y eso me bastaba para dar un paso más. Y otro. Y otro. Y llegar a esa habitación sin luz y buscar con la pequeña linterna el maldito despertador que minutos antes había alzado mi imaginación a la altura de la próxima de Saw.

Pero ahí estaba yo. Y tú, en mi cabeza. Y en mi pecho y en mis manos y en cada una de estas palabras que dudo mucho que leas, pero ahí estabas tú. Y eso me basta. Me basta porque me hiciste pensar que ahora que te conozco no podría pasarme nada, no hasta alcanzarte, y aún no te he alcanzado.

Pero lo haré. Y entonces tendré que buscarme otro antídoto contra el miedo, los fantasmas y los muy diversos seres que alimentan mi masoquista imaginación, pero hasta entonces y de momento, amansas mis pesadillas, te has instalado en mi corazón y puedo subir las escaleras a oscuras, en mitad de la noche, y contigo en mi cabeza.

Y eso, me basta,

ya lo creo que me basta.


Mónica Gae.

domingo, 3 de junio de 2012

Provocando un clic.


Dime tú, y sólo tú,

Si esto que siento es miedo a enamorarme o amor al miedo.

Dime si mis palabras son reales o producto de mi imaginación

-o incluso, en último instante, de la tuya-

Dime si la necesidad de huir de esta pequeña ciudad es fruto de una serie de desastres, o de haberme inventado yo misma, todos y cada uno de ellos.

Dime si realmente quiero encontrarte,

O las ganas de retenerte en un espacio inalcanzable, harán de mis sueños los únicos amantes capaces de abrazarme al caer la noche.

Dime si lo efímero de pensar que estas en cualquier lugar ganaría la partida a la cruda realidad que acompaña estas palabras,

realidad asfixiante cuanto menos siento, 

teniendo en cuenta mi autodestructiva dependencia de intensificar cualquier detalle insignificante a la mayor calamidad carnal que nunca he saboreado.

-Tus manos, las mías.

Dime si algún día podrán conocerse-

Dime de dónde viene el miedo a cruzar una ridícula palabra contigo, y dime de dónde viene el valor para esta necesidad que me oprime el pecho si cae la noche y aún no te he recordado que sigo existiendo.

Que sigo respirando, y que tú te has convertido en el objeto de mis ingenuas, -como poco- fantasías sin ningún sentido.

Sin pies ni cabeza. Y sin manos, ni piernas, ni ojos, ni labios.

Dime, -porque se esta consumiendo el piti y pronto volveré a encerrarme entre cuatro paredes-, si debería pedirte las llaves de ese laberinto que son tus manos y me muero por cruzar.

Porque estoy inmersa en la oscuridad de un folio en blanco que se niega aún a escuchar cómo sonaría tu nombre escrito. Porque no sé si son mis manos las que están acojonadas o soy yo la que teme darles valor.

Porque si escribo, en un jodido descanso de biblioteca, es porque sé que quizás, sólo quizás, veas esta absurda actualización, sientas curiosidad, y la leas.

Y sonrías al pensar que la mínima probabilidad existente de que te este escribiendo a ti, sea para mí la única probabilidad que existe. 

Y hagas un clic que mueva una pestaña en mis “Interacciones” y me saques la sonrisa más tonta que pueda sacar 

por recordarme,

con algo tan insignificante como eso,

que sigues respirando,

 aunque yo no sea el objeto de tus noches, ni de tus palabras, ni de tu poesía.




Ni sea tu musa,

ni nunca llegue a serlo.



Mónica Gae.