jueves, 17 de noviembre de 2011

capitulo 15


Nadie cambia en cuestión de días. Nadie.

Son las tres de la mañana de cualquier día de Enero, de los últimos. El termómetro ronda los cuatro grados y, completamente sola, tirita de frio. Quizá de miedo. Pero salir de aquella manera de esa habitación no era algo que pudiera elegir. Necesitaba un felicesparasiempre aunque el parasiempre solo durase un día. Una noche.  Apenas hay estrellas y el suelo de aquel portal esta húmedo, frio. Temblando y sin apenas sentir la punta de los dedos, consigue alcanzar la pitillera. Bendito vicio mortal y amargo.

-¿Te puedo acompañar?
-Francis. Vuelve al hotel, por favor.
-Perdona, tenía que intentarlo una última vez. Toma esto, ábrela cuando puedas leerla tranquilamente. Me alegra haberte conocido, Maya. De verdad. Me acordare de ti en cada escala alicantina que tenga que volver a hacer.


(….)


El coche esta tan congelado como mi interior –piensa. Son las cinco de la mañana, y tras veinte minutos en el coche recuerda sus últimos meses. Yo no he hecho nada para merecerme esto. No he hecho nada para tener que sentirme así, para tener que comportarme así, joder. La angustia que ahora es dueña de su estomago solo la había notado una vez antes, Aytor.

[..Aytor… ¿Qué será de ti ahora? ¿Qué estarás haciendo en este mismo instante? ¿Te seguiras acordando de mi? ¿Por qué desapareciste de esa manera? Yo te quería, Aytor, te quería de verdad.  A veces creo que aun te quiero, cuando me acuerdo de cómo tocabas la guitarra en el sofá mientras yo intentaba distraerte para que te confundieras. Cuando me reía de tu pelo por las mañanas y tú te ponías rojo. Mi Rosácea favorita..  ¿Sabes? Creo que añoro incluso nuestros peores momentos, tus días bipolares y los míos. Cuando me decías que en realidad no querías quererme, que te arrepentías de haberme conocido y que sabias que, cualquier día, me iría sin más. Sin avisarte. Desaparecería. (Suena muy irónico ahora.) Pero sobre todo echo de menos el final de esas discusiones. Porque eras tú el primero que lloraba, y venias a abrazarme pretendiendo que te diera fuerzas, dejando bien claro que cuando se te pasara la tontería, seguiríamos con la pelea. Te juro que daría mi vida por poder olvidarte, Aytor..]

Las imágenes de los días con Aytor la han paralizado. Ahora mismo ni siquiera está pendiente de la carretera, no ve ni escucha nada, como en las películas en las que de repente se para el sonido y aparece un primer plano de los ojos de la protagonista, con la mirada perdida a lo lejos. Frena de golpe. Dos coches pasan pitando a su izquierda mientras gesticulan con el brazo, uno casi rozando su retrovisor. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué coño acaba de pasarme? Reacciona. Tengo veinte años y la sensación de haber muerto cientos de veces. Las palabras te echo de menos son las cuatro puñaladas más eficaces que jamás ha probado su piel. La frase “nunca olvides tus errores” se acomoda ahora en el asiento de al lado. Para no olvidarlos antes has debido cometer alguno. Sin avisar, un bostezo le invade el rostro susurrándole las fuerzas para pronunciar estas palabras: El único error que he cometido, es pensar que podía sacarte de mi vida saliendo ilesa. El único error que he cometido es coger el coche y pensar que con cada kilometro me alejaba de ti, mientras me perdía un poco más en el laberinto de ningún lugar. El único error que he cometido, es pensar que si seguía cavando aparecería en la otra punta del mundo y tú no estarías allí.

El último, es haber salido de aquella habitación.


(….)


Mónica Gae.


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