domingo, 1 de abril de 2012

Uno, dos, tres...


Digamos que ella se llama Sofía y él Mario.

Mario esta apoyado en la barra del bar. Su postura transmite confianza, en una mano sostiene una copa y en la otra el móvil. A su lado están Javier y Carlos, sus amigos del instituto. Ellos bromean con otras dos chicas, las dos son rubias de ojos claros, seguramente extranjeras. Javier le da un codazo a Mario pero éste no aparta su mirada del teléfono. Bebe un trago de Ron e intenta unirse a la conversación.

A las doce y media entran Sofía y sus amigas al bar. Tras un rodeo consiguen una mesa para cuatro, cerca de la barra. Esa noche Sofía no tiene demasiadas ganas de nada, por lo que su capacidad para ausentarse en sitios públicos aumenta de manera importante. Tras unos minutos deciden pedir algo para beber. Sofía se ofrece para ir a por las copas.

-Dos Ron con Coca-Cola y un Ballantines con Red Bull, por favor.

Sofía conoce al camarero y éste le atiende nada más verla. El camarero bromea y ella le ríe la gracia. Es la primera sonrisa que regala hoy.

A su lado esta Mario, con la cabeza en su propio mundo sin prestar demasiada atención ni a sus amigos ni a las chicas.

Sofía roza a Mario y se disculpa. Mario se gira y cruzan miradas. Son la una menos cuarto y ésta vez la sonrisa, se le escapa. Con las copas en la mano, Sofía se queda paralizada por un momento. Mario no puede parar de mirar sus ojos, el móvil le vibra y ni siquiera se da cuenta. Sofía tiene el pelo castaño y lleva unas gafas de pasta azul oscuro. Mario lleva una camiseta gris del mismo color que sus ojos y tiene el pelo lo suficientemente largo como para taparle la frente de manera desenfadada.

Para ambos, la música se ha parado, en el bar sólo están ellos y la luz acompaña a creer en aquellos cuentos infantiles, en los finales felices. En las películas donde nada parece real, en el amor.

El amor..

Mario piensa que no existe y Sofía daría su vida por sentirlo en su corazón. Ella cree que es un regalo y él que es invisible, un fantasma para cuentos de hadas. Sin embargo, ninguno es consciente de nada ahora mismo, el tiempo se ha parado. En el bar, sólo están ellos.

-¿Te ayudo con las copas? –le pregunta Clara a Sofía, que se acerca al ver que tarda demasiado.
-No, no, tranquila. Estaba esperando el cambio, había mucha gente.

Sofía vuelve a la mesa con sus amigas sin poder dejar de mirar hacia la barra. Hacia Mario. Es una sensación extraña, casi como si pudiera escuchar los latidos de su corazón, lo que esta pensando, lo que esta sintiendo. Mario ha guardado el móvil. Sus manos, desde este momento, pertenecen a Sofía. O eso imagina. Se bebe la copa de un trago y saca un paquete de Lucky Strike del bolsillo trasero de su pantalón. Lo hace lentamente, esperando que Sofía se de cuenta y salga también a fumar. ¿Fumará? –piensa.

Sofía siente un escalofrío recorrer su nuca y saca la pitillera que le regaló su hermano. Sus amigas no fuman, con lo que se sale sola a los pocos segundos de salir él.

Con la luz de la calle se aprecia mejor cada detalle. Él tiene el pelo oscuro, ondulado. Es unos diez centímetros más alto que ella y tiene la piel aterciopelada.

La de ella, tirita.

Están a pocos metros, la música del bar aún se escucha y el humo de los otros fumadores le hacen compartir el mismo aire. Casi pueden sentirse el uno al otro. Sofía se enciende el cigarro luchando por volver a la realidad. Sus manos tiemblan y no hace frío. Con cada calada, el miedo de volver a dormir con el dolor le hacen más y más pequeña.


El tiempo parece haberlos paralizado, todo se mueve a cámara muy lenta y ella intenta mover sus pies sin ningún resultado. La cobardía lleva ahora las riendas de sus pasos y han decidido quedarse inmóviles. No podrá aguantar un solo rasguño más o se romperá en pedazos, es sólo instinto de supervivencia.

Mario la mira tímido mientras sus labios inspiran el humo de aquel cigarro. Nunca antes había sentido tanta curiosidad por unos ojos ajenos. Los de ella, verdes, ahora imaginan que su presente reune el valor suficiente para olvidar el pasado. Para vencer al miedo. Para dar un paso.

Para decir en voz alta, lo que las palabras callan en su corazón de miedo. Lo que tantas mentiras intentaron destruir.

Sólo tiene que cerrar los ojos, contar hasta tres, y volverlos a abrir.




1, 2, 3….

Mónica Gae.

3 comentarios:

  1. Como no, escribiendo después de haber salido de taskis!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Al volver a casa en el coche, cuando soy la única en la autovía, con mi música y mis cosas, es imposible no dejarme caer ante el folio en blanco.

      Eliminar

Ballantines & Coca-cola