miércoles, 15 de agosto de 2012

qué coño importa ya.


¿Cómo se abre un corazón sin cirugía?

solo tú lo conseguiste y yo apenas fallecí treinta y dos veces. una por cada noche recordando aquellas otras cuatro. Una muerte dulce que solo pueden entender tus labios. vuélveme a matar -te suplica esta idiota hecha pedazos- que hoy echo de menos resucitar entre tus manos.

[y tú tan lejos
y yo tan nada-.]

y vuelta a empezar.

Hache.

tú allí y yo aquí. las tres y cuarenta y tres de la madrugada. al menos la hora es la misma en todos los relojes –piensa. ¿será eso todo lo que ahora tengamos en común? quizás si. quién sabe. Nunca llegué a conocerte ni dejé que tú me conocieras a mí. bueno. miento. dejé que conocieras lo que me interesaba darte a conocer. Y aún con esas, esto. tinieblas. abismos. ausencia. carretera y miedo y todas esas palabras que tanto nos gustan.

lo de siempre.

Aytor. dos años y medio (-con y-) sin ti. Dos veranos, dos inviernos. cómo me mataste cuando decidiste huir, cuánto me doliste y cuántas veces quise llamarte para dejar de morir así.  y ahora apareces. así. de la nada. -Vuelves. así. de la nada-. quizás sea cierto eso de que el tiempo lo cura todo, o al menos, suaviza el dolor de manera considerable. No voy a decirte que te sigo queriendo, tranquilo. ya no. pero ya sabes, cierta playa siempre llevará tu nombre y hoy te escribo desde la misma arena en donde te conocí aquel veintiséis. qué guapo estabas. qué perfecto te creía. semidios bajado del cielo, cuánto te llegué a soñar y cuántas noches me quitaste el sueño.

qué pena.

ahora sólo recuerdo tus ojos azules. ¿dónde fueron a parar los cuentos que me repetía y te repetía cada noche? ¿te acordarás tú de mi alguna vez? ¿seguirás con aquella… cómo se llamaba, Silvia, Sandra? quién sabe. 

demasiadas preguntas que ya no me interesa responder.

y ése, ése es precisamente el motivo de que esté esta noche en esta playa. en nuestra playa. contándote esto por si tú me entiendes. qué acojonada estoy. lo admito. de hecho, lo grito. pido ayuda y lanzo bengalas y quiero e imagino un bote salvavidas. lo necesito. preveo el desastre y la catástrofe. la siento. la noto. la huelo.

y va a doler.

tanto o más que contigo, A. cómo escuece el alma de si quiera imaginarlo. ¿dónde iré a parar cuando haya olvidado por completo lo que tanto siento estar dejando escapar ahora? dime ¿dónde? ¿cómo podré sobrevivir entonces? cuando ya ni siquiera sienta curiosidad por saber cuál ha sido el último cantautor que ha descubierto o quién duerme en su cama al caer la noche, ¿qué me quedará? ¿a quién le escribiré estas tonterías esperando un mensaje al móvil o un simple comentario en el tablón? ¿buscaré en la agenda viejos números para avivar ciertas llamas o me autocompadeceré de mi misma hasta dejar de sangrar su ausencia? ¿me desangraré antes de dejar de sangrar su ausencia? ¿seré la única imbécil de este puto adiós que se está preguntando esto?

de nuevo, demasiadas preguntas. 

(esta vez, que sí me interesa responder)

o no.



qué coño importa ya.


Mónica Gae

martes, 14 de agosto de 2012

Michelle. Hache. X.


descuartiza este corazón con tus uñas, pequeña. tómame como a un juguete, utilízame y destroza todo cuanto se te antoje.

(…) la playa estaba desierta y Eme tirada en la arena azul. a las cuatro y treinta y cinco minutos su piel tiritaba de frío. de miedo. de ausencia. a las cuatro y cuarenta y dos minutos comenzaba a transpirar sudor, la carne ardiendo. los recuerdos, congelados. la ropa, innecesaria. a lo lejos, una canción triste como banda sonora de la inminente batalla.

hold on. Tom Waits.

sus manos le arrancaron la parte superior del bikini sin caricias ni dulzura. sin cuidado. entre sus pechos, aún abierta la cicatriz sangrando un nombre de seis cifras. “todo el mundo necesita follar, no todo va a ser beber y fumar –decía”.  llamemos a la víctima X. un anonimato justo y una buena letra.

la luna se esconde tímida tras un telón denso de nubes con olor a lluvia. “Lluvia. tú no pintas nada aquí –susurra en silencio” -La lluvia le recuerda a -. llamémosle Hache.

aún así, la guerra había comenzado. la ropa yacía ya en el suelo y la retirada nunca estuvo entre sus planes. “alguien debe morir antes de alzar bandera blanca –piensa”. X sube y baja y se detiene y juega sobre el cuerpo tendido de Eme. se esfuerza en dejar marca, desea contra todo pronóstico que así sea. se convence. la intenta convencer a ella. Eme cierra los ojos y desea, sin estrellas, que no caiga sobre ella ninguna gota de esa lluvia que callada les espía desde arriba. X recorre con la lengua su fino vientre y mete la mano por debajo de la parte inferior del bikini. Eme tiembla. escalofríos. gemidos. amor fingido, orgasmos reales. X sonríe. se engaña. se convence.

 le toca atacar a Eme.

duda de si debiera saborear aquello. suspira. primera gota de lluvia sobre un cuerpo que no corresponde a sus dedos. X es un puzle que merece la pena descomponer, pero. no es su puzle. vuelve a suspirar. le gusta. extrañamente se siente atraída por esos ojos grises. siente a X como una justa venganza y comienza su propia masacre. follar por despecho también es follar.

y quién se atreve a hablar. y quién se atreve ser sincera.

ella, no.

ésta es su tristeza y de nadie más. si prefiere orgasmos a lágrimas es sólo cosa suya. y arañazos. y dientes afilados. y finos ríos de sangre sobre su espalda en forma de lo que espera, se borre con el último polvo mar adentro. el agua, fría. ella, ardiendo. X con un extintor y Eme con cerillas.

un incendio solo puede camuflarse con otro incendio aún más grande.


seis y dieciséis de la mañana. tormenta como amanecer. Eme acurruca su frágil cuerpo sobre la arena y cierra los ojos lentamente. desea. Hache. no esta aquí. no va a volver. no llorará ni lamentará lo que ha perdido. lo que esta perdiendo. Hache. no esta aquí. no va a volver.

y a quién le importa –se repite, se repite,

se autoengaña.

se vuelve a repetir.




 Mónica Gae.

domingo, 12 de agosto de 2012

mitad drama, mitad humana.


Pálida de corazón. encerrada en su propio cuerpo.

“yo no sé sentir a medias” –se repetía. pero sí. sí que sabía. desde que cumplió los dieciocho años supo que ciertos dolores, muy a su pesar, se le darían bien sin haberlo pedido. sangraba, sangraba cada noche al ver morir el sol, aullaba entre colinas de edificios y soñaba con hacerle el amor a Madrid. sí, Michelle sabía sentir a medias. ya lo creo que sabía.

le gustaban los ojos claros y el pelo largo, las uñas afiladas preparadas para disparar erizos en cualquier espalda y provocar escalofríos sin previo aviso. amaba a sus amantes, cafés y cigarrillos. se sentía triste y le gustaba, le gustaba sentirse triste. las canciones, lentas. los latidos, ectópicos. el sexo, con fresas.

odiaba los perfumes dulzones y sentía una debilidad enfermiza por el olor a gasolina, la pintura y el pegamento antes de derramarlo sobre sus dedos para luego retirar una fina capa inmortalizando momentáneamente sus huellas dactilares para acabar haciendo un pequeño ovillo pegajoso y tirarlo a la papelera.

pequeños placeres de niña grande sin pies ni tierra.  delicias para saborear aparte. amante de esa soledad de sentirse ajenamente acompañada. Michelle miraba al mundo con los ojos abiertos y con los ojos cerrados. “así puedo mirar el sol hasta que duelan las pupilas y sangren los vasos y las venículas de la córnea y luego cerrar los párpados y seguir imaginando su brillo con incluso más intensidad, pudiendo hasta elegir el color de sus destellos.” Michelle empezaba a tener alguna que otra dioptría, sí. ciertas costumbres suyas dejaban a su salud mucho que desear consumiéndose por los suelos de cualquier habitación.

fumaba y bebía y le gustaban los puñales capaces de alcanzar su aorta izquierda sin meterse en otras cavidades ni crear un daño vital irreversible. le asustaba la sensación de estar muriendo lentamente, y de vivir más lentamente aún. saboreaba lo dulce en lo salado y era capaz de vislumbrar colores en una fotografía en blanco y negro. solía decir, a veces, que en eso tenía ciertos poderes y que la niebla era la mejor amiga de la lluvia.

Michelle escribe un diario y utiliza una pluma que recarga todas las tardes a las siete y doce minutos exactamente, ¿te suenan esos números? –Quizás más adelante. a Eme le atrae y aburre la rutina a partes iguales, según la luz de las farolas que hayan encendidas en la calle. tiene un padre con el que apenas habla por haber heredado demasiados de sus genes y una madre victimista que llora a escondidas por sentir que su nido siempre estuvo vacío. tiene dos hermanos, Carlos y Daniel, y un perro que obedece hasta la más extraña de sus órdenes sin apenas haber compartido nunca demasiado tiempo juntos.

pero eso no es de extrañar.

nunca le ha costado demasiado conseguir lo que se propone. casi nada imposible. casi nadie inalcanzable. y si así lo era, sólo tenía que mirar con los ojos cerrados y viajar a su realidad paralela aún mejor representada en horas de sueño. siempre ha tenido una envidiable imaginación y un más envidiable físico. dicen. los hombres empezaron a caer a sus pies el día en que ella decidió caminar descalza, el día en que ella empezó a caminar. siempre con un as en la manga y dos tallas más de orgullo por si el invierno la sorprendía desnuda. Michelle, o como sus amigos le llaman, Eme, es fría y calculadora e incapaz de perdonar sin la esperanza de devolver, quizás, algún día, una doble ración del dolor que ha ella le hayan provocado.

pese a lo que podáis estar imaginando, tenía un corazón enorme. así. en pasado.

pero no os asustéis.

-aún.

detrás de ese infranqueable muro, había una pequeña pálida semiadulta acojonada de sentir que alguien, en un momento de transparente debilidad y sin saber cuándo exactamente, le arrancó la capacidad de amar y le cambió el mismísimo miocardio por un gotero de hospital lleno de clavos y veneno y drogas y tóxicos y le dejó un inmenso vacío que sólo podía sentir semicompleto  arrancando y relamiendo la esencia de otros corazones.


hace dos meses tres noches y cuarenta y tres minutos a Michelle le arrancaron la capacidad de amar. su miocardio. su juguete rojo. su amordazada caja de Pandora. su bomba de relojería de carne pulsátil.


ella es Michelle, podéis llamarla Eme, y esto no es sino la crónica de cómo un ángel aparente se disfraza y alimenta y saborea el dolor ajeno, convirtiéndolo en suyo para imaginarse viva. de cómo una piel caucásica puede esconder la peor de las tinieblas. la más oscura de las suposiciones. de cómo siendo ella el monstruo de debajo de la cama, desconfía y hiere y destroza todo aquello que ose tocarla con el fin de proteger lo que, vacía de todo, siente su único tesoro,

un gotero de hospital lleno de clavos y veneno y drogas y tóxicos sustituyendo a lo que un día pudo llamar corazón.


 Mónica Gae

sábado, 11 de agosto de 2012

Mis labios, tus labios.


Mis labios palidecen en tu ausencia.

Se vuelven fríos, azules, inertes sin tus besos. ¿De qué me sirve –dime, cuidarlos, si no pueden saborear tu piel? Son como el cristal de cualquier ventana mirando la calma, esperando la inminente tormenta. La lluvia, bálsamo de mis heridas, no termina nunca de caer en este cielo.

(-quizás siga volando demasiado alto. –quizás no quiera llover sin ti.)

tu ausencia, mis tinieblas. tu boca, causa principal de mis mejores pesadillas. no me despiertes, te suplico, si tus labios siguen tan intactos de dolor. no lo hagas, te suplico, si no han conocido en este tiempo la sal de una sóla lágrima.

tus labios. ay, tus labios.

escribo y sigo inmersa en ellos. no se merecen ser tan dulces. tan néctar. tan tuyos.

tan imposibles.


[tan nada míos]






Mónica  Gae.

sábado, 4 de agosto de 2012

(tres puntos y un punto y final)



Tomaré aire para escribir lo siguiente, pero.

Si alguien te saborea espero sinceramente sepa degustar tu piel como se debiera degustar un mismísimo Cabernet Sauvignon. Que su saliva aterciopele las heridas que con tanto placer y tiempo amansaría yo. Que no se disculpe por desgastarte en gemidos ni tampoco se moleste en intentar silenciarlos. Que aún no se ha inventado cojín para tal hazaña. Que encuentre ese punto sobre el cuál no puedes evitar retorcerte y estallar y morder todo aquello que alcancen tus dientes y destrozar la cama y destrozarme a mi. Quiero decir. A ella.

Que no deje de mirarte una sola milésima de segundo ni de besarte ni de lamerte ni de tocarte de arriba a abajo porque si algún día te pierde [te aseguro yo que] la almohada deja mucho que desear en mitad de la noche. Que coja un frasco vacío de cualquier olor y guarde ahí el de tu pelo despeinado tras la más placentera de las batallas. Que como un astronauta en mitad de cualquier planeta llegará un momento en que sus pulmones sólo admitan tu fragancia para respirar.

Que jamás y por encima de todas las cosas deje en ningún momento de decirte que eres el amor de su vida porque -disculpa mi lenguaje- qué estúpida sería de no querer serlo tras mirarte a los ojos.

[volveré a tomar aire para terminar esta carta pero.]

Si alguien te saborea espero que lo haga con cuidado, con dulzura, con esmero, saboreándote en vertical y horizontal y en 180 grados. Y vuelta a empezar.

Y que no diga que nadie le advirtió. Que esta carta no es sino lo que sentirá algún día de no hacer todas y cada una de las cosas que aquí dejo escritas. Que las haga. Díselo. Que las haga todas. En todos los idiomas y dialectos. Con todos los acentos y sin faltas de ortografía. Que cuide bien la letra y te cuide mejor a ti.

Que de lo contrario-.

se arrepentirá y se odiará y se castigará y morirá muy lentamente cuando una vez sin ti. (punto). Sienta que ha dejado escapar al amor de su vida.

Hazle llegar esta carta porque. (punto). Cómo no compadecer a otro ser humano que quizás. (punto). Pueda sentir esto que siento yo. (punto y final).


Mónica Gae.

martes, 31 de julio de 2012

Y así murió en la madrugada.


Me han cortado las manos. Me han clavado el puñal tan hondo que la circulación apenas me alcanza para respirar el veneno de sentir semejante dolor. Es una bala que ha perdido el rumbo y me alcanza en el puto centro de la herida [cada vez que creo saber qué siento. O qué no siento. O lo qué temo sentir.]  Me han cortado las manos. Y la boca y los labios y la lengua y maldita sea. Esta ausencia de cualquier sentimiento me hace padecer afasia y una niebla interna que sólo el frío sería capaz de apaciguar. Me han cortado las manos. Los dedos, la garganta. La capacidad de expresar que lo único que quiero en este infierno de nostalgia es meterme una sobredosis con su saliva hasta quedarme atónita en el suelo suplicando un día más de esta vida perra para poder publicar mi rendición ante sus ojos. Ante cualquiera. Y que se mofen. Que se rían y aplaudan mi derrota como quien sonríe al ver morir la noche. Me han ahorcado durmiendo mientras yo soñaba con inspirar el olor de su pelo enredado entre mis dedos. Me han esposado en una cama y rezo por no conocer jamás la identidad de las manos que recorren mi cuerpo. Me arrastro, me amanso y pido clemencia por engañarme mientras mis labios besen otros y mi piel sea evaporada por otro cuerpo. Pido guerra y destrucción y odio y deseo ceguera pues de observar que el sudor que creo pasadas las dos de la madrugada no es el suyo ni son sus ojos los que me desnudan ni son sus piernas las que me abrazan ni su lengua la que me eriza moriría de la forma más violenta entre las muchas tantas en que el tan patético y frágil ser humano puede morir.

Moriría sin ti y en tu nombre. Pero siendo tú cualquiera y siendo tu nombre todos menos el tuyo.

Mónica Gae.

viernes, 27 de julio de 2012

Después de la tormenta.



Después de la tormenta, de la jodida tormenta, 

tú. 

La tempestad disfrazada de calma. Mi último salvavidas en medio de esta nada infinita de arena que no hace sino infectar la herida.

Tú.

Tú que conoces cómo hacerme sonreír y perder los papeles y hacerme soñar y dejarme sola en cualquier calle para que vuelva por mis propios medios a ti. O en su caso, a cualquiera. Porque sabes ciertas cosas y por ello sabes que me gusta perderme en mi misma y en ti y en otras pieles quizás, pero sobre todo, sobre todo sabes que me gusta sentir que soy capaz de encontrarme en un momento de caos y drama que consiga causar estropicios reales en mi sien.

Tú que conoces ese punto en mi espalda y ese otro en el cuello. Tú que sabes qué decirme para que me quede sin palabras y qué hacer para conseguir que se me amontonen en los dedos. Tú, que siempre huyes y vuelves y te vas y no regresas pero siempre estas. Tú que conoces tan bien que me muero de celos cuando le escribes a ella y que odio los celos y me odio por ello pero sobre todo, en ese momento, te odio a ti. Y a ella. Maldita sea. Cómo la odio a ella en ese momento.

Porque conoces lo malo y lo bueno de esta historia a la que podría titular Mi vida y aceptaste y aceptas que a veces no quiera escribir tu nombre en ella. Que aceptas lo mejor y lo peor de que en ocasiones prefiera una hoja en blanco a contarte a ti lo que siento. O lo que no siento. O lo que temo sentir.  Porque como tú dices,

“eso que escribas lo podré leer aún cuando te hayas ido y, muy a mi pesar, sé que algún día te irás.”

Y te quedas tan a gusto después de pensar soltar eso.

Y en ese momento te estamparía el mismísimo portátil y la estantería y el libro que me regalaste y mi mano abierta en la cabeza pero luego te miro y me miras y yo recuerdo por qué piensas dices eso y me amanso.

Me amansas.

(Cómomegustaesapalabra).

Te miro y me miras y me tengo que callar y tengo que tragarme las ganas de odiarte, el orgullo y esta bipolaridad enfermiza. Te miro y me miras y tengo que tragarme que quizás sea la maldita verdad.

Porque tú, joder, tú también escribes y lees poesía y dominas tanto vocabulario que temo a veces necesitar un diccionario cuando hablamos. Y me haces muy pequeña, diminuta, me conviertes en una triste inseguridad andante y yo temo serte sincera y que descubras que tras este personaje existe también una persona, un ser humano normal y corriente que a veces olvida escribir y utiliza la Wikipedia para saciar la incertidumbre de no saber si ciertas provincias se escriben con B o con V.

Y tú no te inmutas ante tal revelación de ignorancia, como si te concentraras en engañarte y el más mínimo pestañeo fuese a destrozar nuestra idílica mentira de amor y odio y veneno y huídas y venidas.

Tú, en contra de cualquier previsión, mantienes esa forma de mirarme y tocarme y decirme sin palabras que el silencio es la mejor conversación. Y me matas y me destrozas y duele y sangro y tú lames -sólo en contadas veces- las heridas que nos causamos. Y no sabes, porque no te lo digo ni te lo dije ni te lo diré que esta ausencia de ti me despierta a veces en mitad de noche y no puedo despertarte ni llamarte ni escribirte porque claro, no podemos hablar.

"Eso no sería poético."

Sería romper el drama.

Y tú, tú necesitas el drama tanto como yo. Y puede, solo puede, que esta catarsis que nos une y nos separa a tantísimos kilómetros no nos corte nunca las alas y nos mantenga en este cielo o infierno o purgatorio. O puede que sí lo haga y nos estampemos con la mismísima realidad paralela que tú vives en sueños y yo intento soñar despierta.

Porque somos parte de una novela, de una maldita tragicomedia, del humor negro de Hemingway o el sarcasmo resentido de Bukowski.


Y sería muy triste pensar en voz alta para dos yonkis del drama,

que

tú y yo nunca tuvimos ni tenemos ni tendremos nuestro tan amado final.







(o sí y lo que acabas de leer
no es sino
 la última página de esa historia.)


Mónica Gae

martes, 24 de julio de 2012

Absurdo combate cuerpo a espada.

‘Te sigues yendo y ya solo quedan
recuerdos
cada vez más difusos de lo que un día pude llamar
realidad”

Te sigues yendo,
y temo que esta vez no haya vuelta atrás.
¿Cómo memorizar un nombre
que nunca me atreví a escribir?
¿Cómo cicatrizar, si la herida
ya
no
sangra
 y el alcohol no desinfecta?

Acaba de una vez conmigo y
llora
tus tan cínicas lágrimas
sobre este corazón deshecho.

Apenas te imagino ya 
sobre
mi 
cama
segundos antes de cerrar los ojos.
Apenas creo saborear
tu
olor
entre las sábanas de seda
que tanto imaginé 
sobre 
tu 
cuerpo.

“Desnuda eres tan frágil.
Tan volátil.”
-repetías.
O
quizás
lo
imaginé
también. 

¿En qué momento fue declarada esta
absurda guerra?
¿Quién disparó a quién tan profundo y
cómo pudo atreverse el tiempo a
no detenerse ante tal masacre?

Me clavas tus
palabras.
Me destrozas y me
amansas.
Y yo cargo mi fusil y
disparo
versos
directos a tu yugular
desnuda.

Debí haberte robado
la espalda
cuando me la diste por primera vez.

Debí
haber
conservado
la
factura
de
todas
tus
caricias
para poderlas devolver.


Mónica Gae.

lunes, 16 de julio de 2012

Medios besos y medias tintas.


Déjame quererte a medias, odiarte un poco. Que a mí me encanta tu sonrisa pero no me vuelve loca. Y oye, así es perfecto. Tú y yo no necesitamos coartada. Bien sabes que mi corazón pierde sangre con cada latido y bien sabes que no es por ti. También yo sé en quién piensan tus labios, o al menos sé que no es en mí. Y qué más podemos pedir si somos cicatrices sin puntos de sutura.

Vamos, levántate que se nos hace tarde. Dúchate tú que ahora te alcanzo yo. Prepara café que yo lio un par de cigarros. Ay, qué suerte dar contigo, qué bien saben mis heridas en tu lengua. Tu saliva me anestesia, me retuerce y me calienta. Dime, ¿cómo se llama ella? ¿cómo te dejó escapar? No, espera. Mejor no me lo digas. Bésame primero y luego, si eso, te lo vuelvo a preguntar.

Mientras, seamos la mitad de un cuarto de nuestras vidas, seamos un poquito de lo tanto que nos queda en el desván. Finjamos un par de minutos al día que nos queremos a medias, o al menos, que no queremos a otros labios. Solos tú y yo, ¿te imaginas?

Cuánto amor sin utilizar, qué pena, qué lástima. Cuántos besos y caricias y piel de gallina sin probar. Yo te cedo mis lunares, tú procura no perderlos. Cédeme tú a mi tus ojos, o al menos esa forma que tienen de mirarme a veces, cuando el pelo se me alborota y te recuerdo a ella. Es muy dulce y trágico y casi ácido todo esto, pero no sabes lo adictivo que también resulta. Qué mezcla de sabores, qué éxtasis gustativo.

Si te fijas, somos la historia de amor perfecta. Pero sin amor. A mí me vuelven loca tus manías y a ti te pierde ese punto triste que dices que tienen mis manos. A mi me encanta acurrucarme sobre tu pecho y a ti te hacen gracia esos pequeños gemidos que no puedo evitar si me tocas cierta parte de la espalda. Y qué bien te conoces esa parte, oye.

Anoche le estuve dando vueltas, ya sabes, a esto que parece que somos sin serlo. Es curioso, inquietante incluso. No todo mundo sería capaz de comprenderlo, qué pensarían si lo supieran. Dirían que nos conformamos mutuamente, que somos pura simbiosis, que alguno puede salir herido, que no es sano. Dirían que somos las migajas de dos historias, como esas películas que se cortan a mitad y luego te toca a ti imaginarte el resto.

No tienen ni idea, pobres. Tampoco les culpo, no es fácil de explicar. Tú y yo somos en realidad pura poesía, puro drama me atrevería a decir. Somos parte de un naufragio, tú me salvas a mí y yo a ti. Nos damos bocanadas de aire y resucitamos cada noche entre orgasmos y formas de placer desconocidas. Somos todo lo que podríamos ser, nos damos sin pedir a cambio todo cuanto podemos darnos. Yo te regalo el silencio justo para pensar en ella y tú me das a mí mis ratos para soñar también. Pero solo ratos, el tiempo justo.

Luego tú me preguntas en qué estaba pensando y yo te miro y te digo que deberías haber dicho “en quién”. Tú te acercas y me regalas tu sonrisa más tierna y me miras como se mira a una niña que se acaba de caer y no quiere llorar delante de los otros niños. Me das un beso y me acaricias la cara y me preguntas si ya se me ha pasado. Yo te digo que si pero que necesito otro. Tú me lo das y yo te sigo pidiendo más. En realidad sabes que por muchos que me des nunca se me pasa del todo, pero me pides que te mienta y yo te engaño sin pensarlo.

Luego eres tú quien se ausenta en mi misma cama y yo te escribo en la espalda el camino de vuelta hasta mi pecho. Y tú lo encuentras, aunque a veces tardes en mirarme a mí sin pensar en ella. Pero siempre acabas mirándome. Siempre acabamos encontrándonos.

Nos curamos, nos desinfectamos de esta vida perra. Nos besamos en la frente cuando algo va mal, y en el resto del cuerpo cuando todo va mejor. Y qué labios. Qué ojos. Qué forma de mover la lengua. Qué manera de cicatrizar más dulce. Sin mentiras, con las cartas en la mesa.

Porque la mitad de dos besos acaba formando un beso entero y yo sé que nos medio besamos, nos medio sentimos, a veces nos medio queremos y a veces, incluso,

 ...un poco más.


Mónica Gae.

sábado, 7 de julio de 2012

Te esperaré. Nos esperaré.







Cierra los ojos, y déjame contarte algo..

Anoche soñé contigo y soñé con el siguiente capítulo de nuestra historia, el que ni tú ni yo nos atrevimos a leer por miedo a que fuera el último, el que decidimos marcar doblando la esquina superior derecha de la página, con la esperanza de que quizás, algún día, quisiésemos volver a leernos.

Tú estabas esperándome en el andén y yo llevaba cinco horas de trayecto pensando en si esta vez, deberíamos darnos uno o dos besos. Tus labios me dieron dos, pero tus ojos me miraban con un tono ocre que decían todo lo contrario. Y yo, acojonada, apenas tenía valor para mirarlos.

Un escalofrío me recordaba a la par que llegaba el metro en la posibilidad de que nunca volvieras a ser tú quien me esperase en la estación. Tú notaste algo en mi y me besaste con cuidado.

Entonces comprendí, que nos habíamos convertido en dos trozos de cristal frágiles temiendo el golpe definitivo que consiguiera lo que tan imposible parecía tan sólo unos días antes… rompernos en mil pedazos sin posibilidad de reconstrucción.

Dime, ¿en qué caricia nunca dada llegamos a este punto? ¿en qué kilómetro empezó realmente la distancia entre tú y yo?

Te dije que por ti hubiese podido mover continentes, hubiese podido secar océanos si nuestro barco fuese a la deriva pero..

..no puedo salvarte si ni siquiera tú sabes si merece la pena subirte al bote salvavidas.

Ponte al menos un chaleco, deja al menos un resquicio de esperanza que mantenga a las cenizas encendidas de lo que un día fue fuego.. y engañémonos pensando que llegado el momento, seremos capaces de avivar la chispa avivando el incendio de todo lo que hoy estamos incendiando.

Porque el no tenerte cerca me hace soñar contigo y sé que esta noche es la última que soñaré abrazada a tu camiseta, y lo último que aún quiero es colgarla en el rincón de los recuerdos, pues de ahí no me permito hacer ningún rescate.

Y porque hoy, daría lo que fuera por darte el valor suficiente como para poder hacerte querer seguir queriendo dormir conmigo.

Y levantarnos, y desayunar pizza en la cama mientras abro la ventana y te digo que esta lloviendo. Y apurar hasta el último segundo mientras, como si quisieras retener el tiempo, me abrazas por la espalda.

Y pasear de la mano por Madrid, y pararnos al unísono frente a cada tienda de libros viejos… el tuyo, sigue siendo para mí mi postre cada anochecer,

(algo que supongo, también debería dejar de hacer)

Anoche soñé contigo, tienes que saberlo. Y en algún momento de ese sueño, eras tú quien encontraba las fuerzas para decirme que todo irá bien, para besarme como el primer día, para acariciarnos durante horas hasta que yo sacara las fuerzas para mirarte…

y así rozar los labios más suaves que jamás he probado.

Pero supongo, que todo sigue siendo parte de un sueño, y el despertador también tiene su papel en esta obra. Y cuando suene, no serán tuyos los buenos días que tenga en el móvil, ni serán mías tus buenas noches nunca más,

o al menos..

…eso deberíamos empezar a asimilar…

Mónica Gae.