miércoles, 19 de octubre de 2011

capitulo 11

Son las tres de la mañana de cualquier día de enero. Su insomnio se ha terminado la caja de tabaco y no sabe muy bien qué hacer. Podría acercarse al chino de la esquina. También podría dejar de fumar –en enero pegan este tipo de cosas, o eso dicen. También podría subir a hurtadillas a la habitación de su compañero de piso y tomar prestado algo de munición. Si, definitivamente, opción C.

-¿Marlboro? Joder. Esto sí que es morir con clase. Con clase y sin pulmones  –corrige mentalmente.  El reloj se acerca sospechosamente a las cuatro, debería irme a dormir.
 Mañana llamaré  a Marc. O a Maël. De repente, un escalofrío le recorre por completo la nuca. Marc. Maël. Amie. Ha estado tan centrada en el adiós de Aytor que había olvidado por completo la noción del tiempo. –No puedo esperar a mañana. Ni hablar. Sin pestañear y con la respiración semicortada, busca las llaves del coche. Sin dirección, sin teléfono y sin miedo.
-¿Dónde vas?  –le susurra una vocecita en su cabeza.  -A tirar los restos que me quedan del pasado. A cumplir de una vez un propósito de año nuevo.

-¿…diga?
-Marc, soy yo.
-¿Qué pasa? ¿Joder, Maya, qué hora es?
-Da igual, Marc. Vístete, te espero en en la calle Correos, donde siempre, en diez minutos.
-¿Estas loca…pero qu….. –Comunica. Ha colgado.
-(..)
-Joder Maya, ¿Qué pasa?. Me estas asustando. He salido de casa corriendo.
-¿Haces algo en los próximos 40 minutos?
-¿Aparte de matarte y morirme yo después de sueño?
-Eso otro día. Ahora te invito a un chocolate y me despides. Me voy a Londres.

Y así, en el momento que menos hubiese imaginado, estaba pasando página. Quemando cada capítulo del libro que empezó hace demasiado tiempo, que debía haber cerrado. Esta eufórica y sin embargo sus ojos reflejan calma. –Menuda orgia se deben estar montando mis sentimientos ahí dentro –se dice. El reloj roza las seis menos veinte y el termómetro apenas alcanza dos grados. Los coches pasan a su lado recordándole el paso del tiempo. Cada tic-tac. Pronto verá a Maël y necesita pedirle perdón. Quedan unos cuarenta minutos para llegar al aeropuerto, ya está cerca. Se agacha con cuidado y logra alcanzar el bolso, tras unos tanteos, encuentra su pitillera. Delicioso y amargo vicio. Tras la primera calada, los mismos escalofríos que le hicieron subir al coche ahora aumentan conforme se multiplica el sonido de los aviones.  Suena el teléfono, es Bonie. Marca la tecla de “colgar” y sigue sin quitar ojo de la carretera. Su miedo intenta hacerse paso.  -Tienes que parar, ni siquiera tienes los billetes. No lo va a hacer, no puede. Si malgasta esta oportunidad volverá a caer en el fondo de ese jodido pozo lleno de vodka Kneep de 3,99 del que solo puedes esperar la peor resaca. Desde luego no dará marcha atrás.

No es consciente, aun no. Pero desde el mismo instante en que decidió salirse de la cama, nada iba a ser igual. Un nuevo guion para soñar. El capítulo en que ella, volvía a jugar.

[Señoras. Señores. Hagan sus apuestas.]



(…)


Son las siete de la mañana de no-cualquier dia de enero, de ese dia. Mirando la pantalla con cientos de vuelos siente ganas de llorar. Tantas posibilidades le están asfixiando. La libertad sabe mejor cuando sabes que alguien ira en tu busca si te escapas. A por Maya no iria nadie. Esta completamente sola en quince mil quinientos metros cuadrados. La cola va llegando a al final, le toca a ella. “¿Dónde va?” –le pregunta la asistente. Las palabras han decidido volverse a Murcia. ¿Qué le esta pasando? ¿Por qué no puede mover un solo musculo? De repente una lagrima timida comienza a encharcar sus ojos. Se disculpa ante la chica y poco a poco se aleja del mostrador. Nunca se había sentido tan perdida. Cierra los ojos y desea caer al suelo para levantarse pasado todo. Pasado esto, el dolor. La angustia, las ganas de huir. Necesita un milagro, aunque le bastaría la cuarta parte de la suerte de Marc. Necesita saber qué necesita.

-Disculpe, -le susurra una voz desconocida- se le ha caído el pañuelo.


(…)


Mónica Gae.

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Ballantines & Coca-cola